LAS CONVERSACIONES NECESARIAS por Miriam Subirana
En el proceso de restablecer vínculos, resulta de gran ayuda situarse en la mirada del otro. Por ejemplo, aquel que no se ha sentido querido por sus padres, que ha sentido carencias en la relación, transforma su mirada cuando tiene hijos, y se da cuenta de que lo que da no siempre es recibido como lo que el otro necesita. Da con una buena intención a sus hijos, pero ellos lo reciben de otra manera. Parece que no hemos satisfecho sus expectativas. Como padres nos esforzamos y sin embargo nunca parece ser suficiente. Esta experiencia le ayuda a entender mejor a sus propios padres.
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En mis sesiones de acompañamiento a las personas me encuentro a menudo con que tienen un bloqueo en su vida porque hay ciertos temas que temen plantear. Son conversaciones pendientes. Las van posponiendo porque el mero hecho de pensar en ello les provoca malestar y un nudo en el estómago. Como resultado de ello, la comunicación no fluye ya sea con el jefe o con el colaborador, con el padre o la madre, con los hijos, entre hermanos o con algún buen amigo. De ahí que evitemos a la persona y nos distanciemos.
Las conversaciones pendientes generan inestabilidad entre los miembros del sistema relacional. Por ejemplo, si entre dos departamentos de una organización se rompe el flujo de comunicación, diferentes personas del sistema de esa organización intentarán restablecer el vínculo entre las partes que no se comunican. Lo mismo ocurre en una familia, cuando dos hermanos no se hablan, los otros miembros de la familia intentarán restaurar la relación intermediando de alguna manera. Es una dinámica que genera culpa, resentimiento, posicionamientos y conversaciones laterales, pero que en muchas ocasiones acaban en un mayor desencuentro y desesperanza cuando la relación no se restablece.
Para plantear una conversación pendiente, es importante hacerlo desde un espacio de aprecio, amor y consideración. Nos cuesta conversar cuando la relación es fuente de frustración y de resentimiento, entonces se hace difícil establecer el diálogo. Por ejemplo: ‘últimamente te veo poco, pasas muchos días fuera y cuando estás aquí, llegas siempre muy tarde, me gustaría tener más tiempo para compartir, para expresar lo que sentimos, para escucharnos y estar juntos. Si no dedicamos tiempo a nuestra relación, ésta dejará de tener sentido. ¿Cuán importante es nuestro vínculo para ti?’ Este planteamiento ofrece posibilidad de diálogo.
En cambio en una misma situación, plantear lo siguiente generaría actitudes defensivas y de justificación: ‘Siempre estás fuera. Ya no me quieres. No te importo. Ni me ves ni me sientes. Ya no te apetece estar conmigo. Nunca tienes tiempo para atenderme.’ Este planteamiento expresa quejas y juicios. De hecho las quejas son peticiones encubiertas. En vez de pedir lo que uno quiere y explicitarlo, uno se queja, creando malestar y no diciendo con claridad lo que necesita.
Uno de los factores clave a la hora de cuidar las relaciones radica en hablar de los temas que importan con las personas que nos importan. Estar presentes y disponibles para dialogar y aclarar es esencial. Si alguien le plantea una queja en su relación con Ud. considere que Ud. es importante para esa persona. Si a uno no le importara la relación con alguien sencillamente no se molestaría en quejarse, ni dedicaría tiempo a la relación. En vez de huir o reaccionar a la defensiva ante un reproche, intentemos averiguar ¿qué quiere realmente la otra persona? ¿qué petición o necesidad encubierta hay? ¿Cuál era o es su expectativa que no se ha cumplido? A veces en vez de ser claros y abiertos, diciendo: ‘me gustaría esto o aquello’, reprochamos y recriminamos.
Lo cierto es que no siempre se aplica el dicho popular de que ‘hablando la gente se entiende’. A veces es lo contrario y las palabras complican nuestra comprensión. Nuestra presencia, es decir nuestra atención plena en las conversaciones es esencial para establecer vínculos saludables. Solo estando muy presentes podemos percibir los gestos, las posturas y los lenguajes no verbales.
También es útil narrar lo que a uno le pasa y lo que siente. Compartir en primera persona sin culpabilizar al otro por lo que uno siente. Explico que esto me pone triste, o aquello me hace sufrir. Lo expongo para que el otro lo sepa, pero no le culpo ni le obligo a cambiar de comportamiento. Al narrar desde el yo, dejo un espacio para que el otro me comprenda y sepa cómo me influye su comportamiento. En vez de decir: ‘me haces sufrir.’ Le digo: ‘Cuando actúas así, sufro. Quizá no comprendo porque actúas así, y me gustaría entender mejor tu intención.’ En vez de culpar: ‘No me informaste, me rechazaste y me puse triste.’ Hablemos desde otro espacio: ‘Cuando no me comentas las cosas, me da la sensación de que ya no me quieres y me pongo triste. Para mí es importante que me informes.’ Son pequeños giros en el lenguaje que nos abren espacios para la conversación y para explorar las oportunidades de fortalecer nuestros vínculos.
¿Qué otros pasos sencillos podemos dar para ampliar nuestra capacidad de relacionarnos?: Hacer peticiones explícitas, concretas y claras. Pedir respetando las limitaciones de lo que el otro quiere y puede cumplir. Hacer ofrecimientos claros sin esperar nada a cambio. Por ejemplo, cuando estuve en cama tres meses con fractura de varias vértebras a causa de un accidente, algunas personas me ofrecieron: “Estoy a tu disposición cuando quieras.” Este es un ofrecimiento muy amplio y difícil de trasladar a acciones específicas. Una amiga me dijo: “Mañana puedo irte a comprar y te cocino”. Otra me ofreció: “Los sábados por la mañana puedo ir a verte y llevarte la compra”. Estos ofrecimientos eran más concretos y fáciles de ejecutar. Cuando las peticiones y los ofrecimientos son claros, es fácil llegar a acuerdos.
Escuchar es dar. Treya Wilber
Una buena manera de cuidar la relación es escuchando. Aceptar que la perspectiva del otro, su manera de entender y satisfacer las necesidades puede ser distinta a la nuestra. Para facilitar la conversación que nos permita un acercamiento y el cuidado de la relación, podemos preguntar qué es lo que la persona realmente quiere, y hablar de lo que se quiere, no de lo que no se quiere. Una conversación en la que se explicita lo que uno necesita potencia el vínculo y el acercamiento.
Al conversar sobre nuestros deseos y anhelos, abrimos las puertas a una conversación generativa, es decir que va en espiral ascendente. Una conversación generativa es aquella de la que salimos mejor de lo que estábamos antes de iniciar la conversación. Las cosas se han ido aclarando, nos sentimos liberados y estamos más abiertos y esperanzados.
“Los limites de mi lenguaje son los limites de mi mundo.” Ludwig Wittgenstein
Una conversación en espiral descendente, degenera la relación, la agota, la seca, y alimenta el rencor, la tristeza, la rabia y el malestar. Entonces nos entran ganas de desvincularnos, de cerrar las puertas a la comunicación con esa persona. Como resultado el vínculo se debilita y amenaza con quebrarse.
Para salir de la espiral que nos lleva hacia abajo, y entrar en una conversación que abra posibilidades es útil plantear preguntas que nos inviten a conversar desde la abundancia no desde la carencia. Por ejemplo si preguntamos “ ¿Por qué siempre te equivocas?” “¿Por qué no me informas a tiempo?” invitamos a una conversación de reproches, de lo que uno considera que se hace mal. Si caemos en recriminar y culpabilizar, será difícil restablecer el vínculo. En cambio podríamos indagar: ¿Qué te llevó a actuar de esta manera? ¿Cómo te puedo ayudar para que me informes a tiempo? ¿Qué podemos hacer que nos beneficie a los dos? ¿Qué podemos aprender de esta situación?
Podemos también visualizar cómo nos gustaría que fuera la relación y compartirlo con la persona en cuestión. Expresándole la importancia para nosotros del vínculo con ella. Dándole la oportunidad para que exprese cómo a ella le gustaría que fuera nuestra relación. Cabe preguntarse: ¿Estamos dispuestos a incorporar maneras de ser que nos permitan volver a tener la relación que disfrutábamos o a crear una en la que disfrutemos?
Otras acciones que podemos introducir son las de apreciar y reconocer. Pregunte cómo se siente el otro en relación a un asunto, y escuche. Dele espacio para que se exprese. Aprecie, reconozca y valore lo que es, y no dé por supuesto que ya lo sabe. Una de las carencias en nuestras relaciones es la falta de aprecio y reconocimiento. Cuando reconoce, ve al otro y él se siente visto. Esto fortalece los vínculos y las relaciones son más placenteras y ágiles. Agradezca más a menudo.